Ayer se celebraron dos eventos electorales de la máxima importancia en Europa. En Austria se repetían las elecciones presidenciales de junio con los mismos candidatos: el ultraderechista del FPÖ, Norbert Höfer y el independiente de los Verdes Alexander Van der Bellen. Contra la mayoría de los sondeos, Van der Bellen se impuso en las elecciones y será el nuevo presidente de la República Austríaca. En Italia, a última hora de la madrugada del 5 de diciembre, conocíamos el resultado del referéndum sobre la reforma de la Constitución. El 59% de los votantes optó por el No, lo que impedía la reforma y provocaba la dimisión del Primer Ministro Matteo Renzi.

Pese al alivio que supuso conocer que en Austria el candidato de la extrema derecha había sido derrotado, no podemos darnos por satisfechos cuando ha conseguido el 47% de los votos con un mensaje autoritario, abiertamente racista y xenófobo, enmarcado en esa internacional reaccionaria que sigue creciendo en el continente. Tampoco podemos obviar las fracturas sociales que explican el resultado, pues han sido las mujeres, las clases urbanas y los universitarios quienes han dado la victoria al candidato verde mientras que las clases trabajadoras y las zonas rurales han votado masivamente al candidato de ultraderecha. Esta es la última de las consecuencias de un modelo político y económico que excluye a gran parte de la población y la arroja a las alternativas xenófobas y nacionalistas. Y la explicación no puede dejar de lado la incomparecencia de los partidos socialdemócratas, que están no sólo renunciando a los valores que promulgan, sino además -como es el caso de Austria- gobernando en coalición con la extrema derecha en algunas regiones del país. Manteniendo estas condiciones la lógica nos demuestra que el resultado se reproducirá en nuevas citas electorales, entre ellas las generales de Austria, a celebrarse en 2018.

Por su parte, en Italia Matteo Renzi ha dimitido ante el rechazo masivo de su reforma constitucional. La reforma pretendía alejar la política de la gente, estrechando los márgenes de la participación ciudadana. Eliminaba el sufragio universal en la elección del Senado, aumentaba los requisitos para la participación directa y centralizaba las competencias del Estado italiano. Además, la propuesta del primer ministro era una suerte de “135 a la italiana”. El pueblo italiano ha vuelto a votar en contra de esta reforma igual que lo hizo contra una propuesta en la misma línea de Silvio Berlusconi hace diez años, en 2006.

Ambos acontecimientos son síntoma y resultado de la crisis del proyecto europeo y suponen un paso más hacia el callejón sin salida al que las políticas de austeridad nos están abocando; y ambos son una muestra más de que lejos de hacer análisis simplistas lo que corresponde a este tiempo histórico es contemplar los porqués y resolverlos articulando una alternativa que esté a la altura. Mientras las élites europeas sigan insistiendo en el modelo constitucional dictado por los mercados, dando la espalda a la gente, le abrirán la puerta a la extrema derecha. Nosotros seguiremos construyendo una opción política popular, que ponga los derechos humanos, y especialmente los derechos sociales y los de las mujeres, en el centro de la economía recuperando el espíritu de la Constitución antifascista italiana y del Estado de Bienestar.


Lunes, 5 de diciembre de 2016